domingo, 20 de enero de 2013

Abraham Gragera


DE POETAS



Antes de entrar en Bartleby, quiero hablar un poco de poesía. He leído, como se verá,  un poemario reciente que, aunque no me ha llegado a seducir porque en alguna ocasión abusa de las palabras, contiene algunas intuiciones luminosas. Sin embargo, lo que sigue no se refiere a ese libro, aunque sean reflexiones suscitadas al hilo de su lectura. En buena parte de la poesía española actual—al menos la que cae en mis manos—encontramos la costumbre tan extendida (toda una técnica) de desmontar la prosa en verso. Ha sido don Antonio Colinas, un gran poeta, el que ha definido esto como prosa en trocitos (y si no es suya la idea, gustoso se la atribuyo). Con frecuencia se abusa de las palabras y éste es, según mi modestísimo juicio, uno de los problemas fundamentales de la poesía (y no sólo de la española), pues se busca un exceso de significado no en la misma palabra, a través de la imagen, sino por su acumulación y cierto rebuscamiento; recordaré al gran Dámaso:

[…] yo querría decir madre, amores, novia;
querría decir vino, pan, queso, miel.
¡Qué ansia de gritar
muero, amor, amar!
[…]

 Semejante técnica, la del rebuscamiento, proviene—pido disculpas si me equivoco—de una insuficiente experiencia o, viene a ser lo mismo, de una exceso de valoración de la experiencia vivida. Me recuerda el modo en que muchos jóvenes, ahora que soy viejo, hablan de la vida: provocan la impresión (pues no sólo la producen) de haber cruzado el puente completo de la existencia y ni siquiera han llegado al primer cuarto. Confieso contento que también yo caí en semejante pecado, pues se trata de un pecado de juventud; pero esto no implica que no sea producto de ese curioso defecto de visión en el que el propio yo ocupa la completud del campo de visión de nuestra parca inteligencia. Siempre he pensado que una poesía hermosa es aquella capaz de generar significados desde el paisaje de la vida, desde la experiencia. Ciertamente, ésta resulta en ocasiones indecible y el poeta se ve en la necesidad de deshacer el lenguaje para poder decir con sentido—el caso Celan. Sin embargo, nos encontramos, no sé si como efecto de la abundancia, con autores que acumulan palabras hasta tornarlas insignificantes [1] buscando, precisamente, ahondar el significado. Leyendo determinada poesía contemporánea se tiene la impresión de que se hizo echando mano al diccionario de sinónimos. El trabajo con las palabras es necesario, pero nunca es suficiente.

Me he referido al inicio de esta entrada a un poemario: Abraham Gragera, El tiempo menos solo, Valencia, Pre-Textos, 2012. Licenciado en Bellas Artes, su primer poemario, si no me equivoco,  fue Desviaciones y demoras, Madrid, El Antojo, 1999. Publicó en 2005, también en Pre-Textos, Adiós a la época de los grandes caracteres y ha sido incluido en varias antologías de jóvenes poetas españoles: la primera, la del poeta abulense José Luis Morante, Última fila (Quince del 90), Huelva 1997; en la editada por la casa, lamentablemente desaparecida, DVD: Josep María Rodríguez, Yo es otro, Madrid 2001; en la más reciente de Luis Antonio de Villena¸ La lógica de Orfeo, Madrid, Visor, 2003 y, por citar una más, en Veinticinco españoles jóvenes, Madrid, Hiperión, 2003. Estos datos, aparentemente irrelevantes, nos dicen que es un autor que gusta desde sensibilidades diferentes, pero que también debe trabajar en el mundo del sector editorial (que se me perdone esta pequeña maldad) Además,  Gragera ha traducido a una poeta que me encanta, Louise Glück (Ararat, Valencia, Pre-Textos, 2008) y ha colaborado en la traducción de W. S. Merwin (Migración). Curiosamente, colabora en la compañía de danza La Phármaco con la coreógrafa Luz Arcas [2].

El tiempo menos solo me ha parecido un poemario desigual en el que, junto a prosa desmontada y algún poema en que se abusa de las palabras, por ejemplo, Diciembre, hay grandes aciertos. Ya que he citado a Dámaso, diré que Gragera no está exento de humor. Un botón de muestra:

LA OVEJA
A Arturo Pérez Acevedo

I.

Cómo hablaré de ti sin alegorizar
estás tan connotada
ahí, junto al arbusto
cómo describiré la nada
acogedora noche en su término justo
el rebaño de brumas que se te viene encima
el ladrido distante
del viento de noviembre, dime
con qué rima.

            El autor, sin embargo, tiene sentido del humor porque sabe mirar con hondura la entraña de esa extrañeza de estar vivos. Comparte quizás el juicio de la pérdida de sustancia de las palabras:

Pero también perdimos la palabra
mucho antes, antes de que supiéramos siquiera
que la palabra existía
mucho antes de nosotros y de los que existieron antes
[…]
Del poema Los años mudos.

Semejante pérdida lleva una incapacidad creciente por abrir mundo, pues las experiencias acaban siendo calderilla. A veces se hace muy difícil decir y somos, como dice Gragera, los que nacieron en el siglo de la muerte de la muerte/ […] los que ya nunca podrán cruzar al otro lado. En heptasílabos, a veces en endecasílabos o incluso en alejandrinos blancos, Abraham Gragera nos ofrece imágenes con las que pensar sin necesidad de recurrir la mayor parte de las veces a artificios o a juegos lingüísticos (pese a Anónimo y se reiteración de la rosa que miro/desde su dentro).

            A estas alturas habrá quien piense, perplejo mas lleno de razón, que hablo demasiado para no saber nada de poesía; pero ya se sabe que el sabio calla… Y, sin embargo, aún no he dicho una palabra sensata sobre mi corazón, Bartleby.

            Shalom.


[1] La moda de los haikus: han acabado siendo tratados como una ristra de chorizos. Además, eliminando la caligrafía. Y ahora podríamos quejarnos con amargura de los falsos libros (digitales o algo así los llaman) que se ponen de moda. Lo malo es que no será pasajera.

[2] Uso ese adverbio, porque ese trabajo me ha llamado la atención. He buscado en la Red información sobre Luz Arcas y he visto unos minutos de su trabajo. Confieso que, me ha parecido demasiado pretenciosa, una especie de performance posmoderna; pero, claro, tampoco soy un especialista en esto y, además, nunca es lo mismo una interpretación que su reproducción.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Diré que Gragera no está exento de humor / El autor, sin embargo (Gragera, se supone) tiene sentido del humor". A ver si aprendemos a escribir, Valentín.

José María

Valentín J. Ansede Alonso dijo...

Supongo que no es usted capaz de captar el significado del "sin embargo"; veo que no conoce al menos uno de los poemas de Damaso a los que hago referencia. Pero le doy sinceramente las gracias por haberme leído con tanta atención, aunque con tan poca comprensión.

Hutch dijo...

http://www.elcultural.es/blogs_comentario/Rima_interna/22/50773/La_politica_de_Abraham_Gragera