domingo, 1 de abril de 2012

Andrés Torres Queiruga

REPENSAR A DIOS


            Estaba dispuesto a subtitular: “En defensa de Andrés Torres Queiruga”; pero no sé si le haría un favor que alguien como yo, desconocido, hablase de él. En cualquier caso, esta entrada es también un homenaje al teólogo español más relevante y original de los últimos años; una persona que ha prestado un gran servicio a la comprensión de la fe; es decir, a hacerla viva, cosa que por lo visto molesta a algunos con gorro picudo [1], pues si comprendemos, empezamos a vivir de forma consciente y, claro, así se hace más difícil el control del personal. Recordaré aquí en honor del teólogo gallego una anécdota personal que me refirió alguien poco después de abandonar la regencia de una célebre universidad romana: condenados Chenu y Congar, quien presidía la Provincia de Francia de la Orden de Predicadores, a la que los reos pertenecían, comentó: “Si los han condenado, es que tienen razón. Es sólo cuestión de tiempo que lo reconozcan”. Y ahí radica buena parte de la tragedia.

Llevo algunos años, tal vez unos treinta y cinco, liado con la teología. Como a la mayoría de la gente de mi edad, ya mayores y nacidos en otro mundo porque era otro el tiempo, los recuerdos se me aparecen a veces mezclados aunque con nitidez. En ocasiones uno es incapaz de reconocer si sus recuerdos con suyos o son los recuerdos que otros plantaron en su memoria. Esto hace que nuestra identidad—al menos la mía porque no quiero ser pretencioso—sólo se nos dé en fragmentos. La lengua de mi infancia murió hace mucho y quizás ni las palabras signifiquen lo mismo. Con los años van desapareciendo países e incluso continentes. Recuerdo la impresión que me causó leer por primera vez un texto de Agustín y la cita que escuché a Miguel Pérez del Valle: Yo soy mi memoria. Quizás por eso desde entonces escribo algo cada día, procuro atrapar, cuando no engatusar a mi memoria, con algún recuerdo e incluso en el colmo de la insensatez me levanto en mitad de la noche para escribir mis sueños, que también soy yo, aunque a veces no sepa qué yo es ese yo que se me aparece por las noches. En otra época, más joven e inquieto, incluso me angustiaba el paso imparable del tiempo. Quizás por eso a muy temprana edad me aficioné a la historia; fue tal vez la primera disciplina que disfruté en una época en la que huía de los estudios cada vez que veía un libro. Era yo lector de tebeos. Doce años: fue ayer si no me equivoco. El cuaderno de historia fue el primero que intenté poner en orden en toda mi existencia escolar: Babilonia con sus jardines colgantes e incluso recorté unos dibujos de un primer coleccionable que nunca terminé; ya no eran álbumes, Gran Álbum Maga, sino fascículos. Descubrí por la puerta estrecha de la historia—nunca he militado entre los historicistas, aunque reconozco la envidia que me suscitan—entré en el mundo del arte, de la filosofía y de la teología. La poesía estuvo siempre aparte sin que acierte a explicarme su carácter abarcador, pues aparte significa en este caso la capacidad para englobar toda experiencia en la sensibilidad. Sí, hay olores históricos: la vida es una inacabable sinestesia. Además de los íntimos, es el fracaso que más me duele, porque la poesía siempre es íntima: intimimor intimo meo, para volver al de Hipona.

            Sí, perdí mis primeros cien libros de poesía porque los entregué con una generosidad equivocada; muchos tenían dedicatorias de amigos y entre ellos estaba mi primera antología de don Antonio Machado, que había comprado en la librería del mismo nombre. Antes de semejante pérdida cayó en mis manos un libro fascinante: Historia Antigua de Israel, de J. Bright (discípulo de W. F. Albright) que había editado en España DDB con una portada de un azul profundo. Me sumergí en el Bright y me perdí para siempre. Por aquellas fechas, como todo adolescente que se preciase, había tenido mi primera crisis de fe y la había abandonado; gracias a Dios, la abandoné lleno de dudas. Por eso me sentaba tan mal la duda metódica, que siempre me ha parecido una falsedad manifiesta (y respeto a Descartes pese a todo). Con los años llegué a la conclusión de que haber recibido el don de la fe implicaba también haber recibido el de la duda, pues la fe se nos ha concedido en nuestra existencia real: finita, ambigua e histórica, siempre contextualizada. Absolutizar la fe es ponerla en lugar de Dios. Nada resulta tan detestable como el fundamentalismo, especialmente el religioso. En estas fechas somos invitados a recordar cómo los fundamentalistas de su tiempo, en defensa de la ortodoxia muerta de una fe tullida, asesinaron a la Palabra. Me permitiré lo siguiente:

Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος, καὶ ὁ λόγος ἦν πρὸς τὸν θεόν, καὶ θεὸς ἦν ὁ λόγος.  οὗτος ἦν ἐν ἀρχῇ πρὸς τὸν θεόν. πάντα δι' αὐτοῦ ἐγένετο, καὶ χωρὶς αὐτοῦ ἐγένετο οὐδὲ ἕν. ὃ γέγονεν ἐν αὐτῷ ζωὴ ἦν, καὶ ἡ ζωὴ ἦν τὸ φῶς τῶν ἀνθρώπων· καὶ τὸ φῶς ἐν τῇ σκοτίᾳ φαίνει, καὶ ἡ σκοτία αὐτὸ οὐ κατέλαβεν. Ἐγένετο ἄνθρωπος ἀπεσταλμένος παρὰ θεοῦ, ὄνομα αὐτῷ Ἰωάννης· οὗτος ἦλθεν εἰς μαρτυρίαν, ἵνα μαρτυρήσῃ περὶ τοῦ φωτός, ἵνα πάντες πιστεύσωσιν δι' αὐτοῦ. οὐκ ἦν ἐκεῖνος τὸ φῶς, ἀλλ' ἵνα μαρτυρήσῃ περὶ τοῦ φωτός. Ἦν τὸ φῶς τὸ ἀληθινόν, ὃ φωτίζει πάντα ἄνθρωπον, ἐρχόμενον εἰς τὸν κόσμον. ἐν τῷ κόσμῳ ἦν, καὶ ὁ κόσμος δι' αὐτοῦ ἐγένετο, καὶ ὁ κόσμος αὐτὸν οὐκ ἔγνω. εἰς τὰ ἴδια ἦλθεν, καὶ οἱ ἴδιοι αὐτὸν οὐ παρέλαβον. ὅσοι δὲ ἔλαβον αὐτόν, ἔδωκεν αὐτοῖς ἐξουσίαν τέκνα θεοῦ γενέσθαι, τοῖς πιστεύουσιν εἰς τὸ ὄνομα αὐτοῦ, οἳ οὐκ ἐξ αἱμάτων οὐδὲ ἐκ θελήματος σαρκὸς οὐδὲ ἐκ θελήματος ἀνδρὸς ἀλλ' ἐκ θεοῦ ἐγεννήθησαν. Καὶ ὁ λόγος σὰρξ ἐγένετο καὶ ἐσκήνωσεν ἐν ἡμῖν, καὶ ἐθεασάμεθα τὴν δόξαν αὐτοῦ, δόξαν ὡς μονογενοῦς παρὰ πατρός, πλήρης χάριτος καὶ ἀληθείας. Ἰωάννης μαρτυρεῖ περὶ αὐτοῦ καὶ κέκραγεν λέγων, Οὗτος ἦν ὃν εἶπον, Ὁ ὀπίσω μου ἐρχόμενος ἔμπροσθέν μου γέγονεν, ὅτι πρῶτός μου ἦν. ὅτι ἐκ τοῦ πληρώματος αὐτοῦ ἡμεῖς πάντες ἐλάβομεν, καὶ χάριν ἀντὶ χάριτος· ὅτι ὁ νόμος διὰ Μωϋσέως ἐδόθη, ἡ χάρις καὶ ἡ ἀλήθεια διὰ Ἰησοῦ Χριστοῦ ἐγένετο. θεὸν οὐδεὶς ἑώρακεν πώποτε· μονογενὴς θεὸς ὁ ὢν εἰς τὸν κόλπον τοῦ πατρὸς ἐκεῖνος ἐξηγήσατο.
Lógicamente, se trata del prólogo del Cuarto Evangelio. la evidencia nos dice también que el poder, incluyendo al poder religioso, preferirá siempre las tinieblas a la luz. Por eso el Nazareno tiene tan mala prensa entre los piadosos oficiales.

Es obligado repensar constantemente a Dios para no convertirlo en un dios que acabe sancionando solemnemente los crímenes que se cometen en su nombre. Torres Queiruga lo ha hecho cumpliendo su función y su misión de teólogo; pero los que han perpetrado cierto documento parece que no saben leer. O tal vez algo peor… porque uno recuerda con dolor la profecía de Caifás. La tragedia para nosotros es que documento tan oficial [2] emplea las palabras al tuntún, sin entender que siempre se dan en un contexto. Sólo haré unas preguntas: ¿es histórico lo mismo que real? ¿La ascensión de Jesús es un hecho histórico? ¿Ha alcanzado ya Nuestro Señor la órbita de Júpiter? ¡Defendednos de nuestros amigos que de nuestros enemigos ya nos encargamos nosotros! Parece que la autor del documento, apagada ya su inteligencia por el peso ingente de la mitra, ha alcanzado la lengua universal y que el pobre teólogo es el único contextualizado. El señor obispo ha olvidado que la fe de la Iglesia es la que se profesa en un contexto determinado: la inmutabilidad de las formulaciones implica que se acaba no entendiendo y ¿a quién puede interesarle una fe que no actúa ya nada? Es preferible, sin duda, un pájaro espermólogo que grazne sin que nadie se entere no vayan a cambiar las cosas…

Dicho lo cual afirmo: no sólo he aprendido leyendo los libros de Torres Queiruga, sino que he disfrutado y me ha ayudado enormemente a empujar algunas puertas. Llegué a Amor Ruibal, que me hizo pensar, gracias a él. Y Torres Queiruga confirmó mi idea de que es preciso repensar a Dios para que siga siendo Dios y no un dios. La lectura de su libro sobre la resurrección fue especialmente estimulante. Dígase lo mismo sobre su comprensión de la Revelación y la última obra que de él he leído sobre el mal.

Y como sabemos, sobre todo en esta semana, que donde está el peligro crece lo que salva (pues encontramos salvación en la cruz, que es realmente peligrosa), ahí van algunos de los libros del teólogo Andrés Torres Queiruga, que tanto bien ha hecho a muchos:

Recuperar la salvación, Madrid, Encuentro, 1979; Constitución y Evolución del Dogma. La teoría de Amor Ruibal y su aportación, Madrid, Marova 1977; La revelación de Dios en la realización del hombre, ed. Cristiandad, Madrid 1987;  Creo en Dios Padre: el Dios de Jesús, como afirmación plena del hombre, Santander, Sal Terrae, 1986;  La constitución moderna de la razón religiosa. Prolegómenos a una Filosofía de la Religión, Estella, Verbo Divino, 1992; ¿Qué queremos decir cuando decimos “infierno”?, Santander, Santander, 1995, Repensar la Cristología. Ensayos hacia un nuevo paradigma, Estella, Verbo Divino, 1996; Recuperar la creación. Por una religión humanizadora, Santander, San Terrae, 1997;  El problema de Dios en la Modernidad, Estella, Verbo Divino, 1998; Fin del cristianismo premoderno, Santander, San Terrae, 2001; Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y la cultura, Madrid, Trotta,  2003;  Repensar el mal. De la ponerología a la teodicea, Madrid, Trotta, 2011.

Sé que Andrés Torres Queiruga se me merece una entrada mejor que ésta y mejor de lo que yo pueda escribir.

Shalom.

[1] La mitra. La palabra está emparentada con los cascos militares e históricamente parece que los jerarcas la llevan a semejanza del mitznefet de los prelados del Sanedrín, precisamente aquellos que en nombre de Dios condenaron a Jesús. Muy apropiado que el documento sobre Torres Queiruga lo firme uno de éstos que lleva mitra, prenda cuya mejor definición se debe, sin duda, a mi querido profesor de griego bíblico durante años, el padre Antonio García del Moral y Garrido: La mitra es el apagavelas de la inteligencia.

[2] Con los años será preciso que venga un agrimensor de la fe para interpretar el documento y, a fin de salvar el prestigio de los mitrados, diga que el documento no dice lo que dice, sino lo que quiso decir cuando no dijo lo que dijo, sino lo que pretendía decir que no fue precisamente lo que dijo, pero es que lo dicho debe ser contextualizado cuidadosamente a fin de entender lo que se dijo en verdad que no fue lo que se dijo.

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