martes, 3 de enero de 2012

Andrew Graham-Dixon

DISPARATES


            Hace tiempo que no escribo en la gacetilla atrapado por problemas de una profundidad mayor, tal vez más oscuros y que con una lentitud premeditada parecen disolver mi modesta existencia con una precisión espantosa. Prometo que mi disculparía si alguien me leyese. Estas últimas semanas me han hecho recordar un libro leído hace tiempo, Job y el exceso de mal, de Philip Nemo. Sin embargo, siempre es mejor citar directamente el texto bíblico [1]:

¿Por qué dio a luz a un desgraciado
y vida al que la pasa en amargura,
al que ansía la muerte que no llega
y escarba buscándola, más que un tesoro,
al que se alegraría ante la tumba
y gozaría al recibir sepultura,
al hombre que no encuentra camino
porque Dios le cerró la salida (3, 20-23)

            Han sucedido algunas desgracias; y quiero nombrar aquí a gran un amigo fallecido un par de días después de Navidad, Francisco Hermosilla, teólogo y arqueólogo, una buena persona, un poco loco pero siempre encantador. Pese a todo el dolor, uno aprende con los años que hay colores más oscuros que el negro.

            Incluso contando con este cúmulo de desgracias—y recomiendo fervientemente leer a Job—he continuado leyendo; algunos libros buenos; otros no tanto. Adquirí, llevado por dos reseñas interesadas (una en el diario El País y otra en El Cultural), la obra de Andrew Graham-Dixon, Caravaggio. Una vida sagrada y profana, Madrid, Taurus, 2011. Digo “interesadas” porque la segunda ha sido obra de un amigo británico del autor y la primera es de la misma casa editorial. Y aunque he aprendido con los años a ser precavido con las críticas, caí en la trampa y me puse a leer. No quiero cansar demasiado con este asunto así que seré breve. Caravaggio no me ha gustado ni por el tono ni por la forma de entender ni el arte ni la historia o más bien diría por la forma de no entender. Sin duda, sería un gran mérito hacernos ver que el pintor no era homosexual… si tal cosa pudiese contarse como un mérito. Quien lea los comentarios a las dos cenas de Emaús que pintó el milanés podrá entenderme. He tenido la sensación de que Graham-Dixon era mucho más joven que yo y eso podría disculpar su falta de cultura religiosa, pero resulta que tenemos la misma edad. He pensado incluso que haber sido educado en un cisma le podría haber perjudicado; pero semejante idea es una completa estupidez indigna hasta de mí. ¿Entonces? Psicólogo no es…, pero sí periodista. Dos botones de muestra. En primer lugar, la incomprensión mas obtusa de lo que fue y significó la Contrarreforma [2]; la manifestación patente de esta incomprensión es hacer de Roberto Belarmino, obispo nepote, poco menos que un calvinista que niega el libre albedrío ¡y esto después de Trento! Podría suponerse un simple desliz, pero es no entender absolutamente nada de las polémicas religiosas del XVI pensar que un obispo católico, y para colmo de una ciudad disputada, recién concluido el Tridentino, pudiera arremeter contra el libre albedrío [3].

En segundo lugar, el error de bulto  (tanto fue el daño en la retina que he memorizado hasta la página, la sesenta y tres) al referirse a la polémica por las imágenes sagradas entre católicos y reformados. Allí se hace referencia al segundo mandamiento, que se cita de esta guisa: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. Buena cita del Catecismo del padre Astete, pero no de la Biblia. El error es especialmente grave pues supone desconocer el amor reformado por la Escritura y su rechazo de las tradiciones católicas. Resulta sorprendente enterarse que los reformados rechazaron las imágenes aprovechando la interpretación católica del segundo mandamiento… Francisco Ibáñez publicaba cuando yo era niño una tira cómica quizás en el Tío Vivo o en otro de los tebeos de Bruguera; el título era maravilloso y me provocaba una sonrisa: Increíble, pero mentira. Con la obra del amigo Graham-Dixon debemos cambiar el sentido de la adversativa: increíble, pero verdad. La explicación, además de hacerse sin ningún matiz y de presuponer un desconocimiento magistral de la tradición estética del catolicismo (¡pobre abad Suger!) sólo tendría sentido sobre el texto original del Éxodo, que dice así (en traducción de la NBE): No te harás ídolos [=imágenes/esculturas], figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua bajo la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor [= Yhwh], tu Dios soy un Dios celoso.

Con todo, también se puede aprender de este Caravaggio, pues el recorrido que hace por la vida del pintor esforzándose por situar las obras en su contexto biográfico tiene interés y nos puede ayudar a contemplar las obras.

Shalom.

[1] La traducción es la de la NBE realizada por Luis Alonso Schökel, a quien tuve el honor de conocer, y el poeta José Luz Ojeda contando con la colaboración de un joven, por entonces estudiante, fallecido demasiado pronto, en 1981, José Mendoza de la Mora. Es cierto que la traducción de fray Luis de León, la preferida de Jorge Luis Borges, es al menos tan encantadora y contiene imágenes sublimes. Pero yo siempre recordaré el verso “palparás la oscuridad como un ciego palpa la oscuridad al mediodía” pues así fue como apareció traducido en la Biblia del Oso. Hace poco tiempo la editorial Trotta ha publicado una traducción nueva y un comentario a cargo Julio Trebolle y Susana Pottecher (Madrid 2011). El resultado de esta traducción me parece algo más que dudoso. Veamos Job 3,3:

יאבד יום אולד בו והלילה אמר הרה גבר׃

Los LXX tradujeron: πόλοιτο μέρα, ν γεννήθην, κα νύξ, ν επαν δο ρσεν.

NBE traduce: “¡Muera el día que nací,/la noche que dijo: ‘Han concebido un varón’!”

Trebolle y Pottecher traducen: “Se anule el día en que fui engendrado/la noche que reveló: ‘un varón se ha concebido’”.

BJ propone: ¡Perezca el día en que nací,/y la noche que dijo: ‘Un varón ha sido concebido’!”

            Comenzar por un “se” no parece, desde luego, el colmo del estilo. La diferencia estriba quizás en tratar Job como un libro vivo o como un resto arqueológico. Como todos sabemos, las palabras de Job en el tercer capítulo son un remedo de uno de los poetas más grandes de la Antigüedad, Jeremías, pero este asunto será mejor tratarlo en otra ocasión: también el Primer Isaías copió de Miqueas (nada de intertextualidad ni milongas parecidas) y no deja por ello de ser un magnífico poeta.

[2] Lo sé, lo sé: hubo una Reforma Católica, pero con Caravaggio estamos en plena Contrarreforma.

[3] Ya a principios del siglo XVI el gran Erasmo se las vio con Lutero por la cuestión del libre albedrío. Los católicos, curiosamente, han confiado siempre mucho más en la naturaleza humana y por esta razón tal vez Nietzsche no llegó a entender nunca lo que el catolicismo era, pues también es el Renacimiento. De todos modos, estos errores empiezan a ser demasiado comunes. Aún recuerdo mi sorpresa al leer en El nombre de la rosa, del autor de libros mejor vendios Umberto Eco, cómo se puede hacer de un franciscano un defensor a ultranza del aristotelismo…

[4] Quizás nuestro autor hubiera debido tomarse la molestia de leer el libro de otro autor inglés. Me refiero a la excelente obra de Diarmaid MacCulloch, Historia de la Cristiandad, Madrid, Debate, 2011. Se trata de una obra magnífica, aunque uno pueda discutir muchos detalles. En sus algo más de mil páginas se realiza un admirable recorrido por la historia del cristianismo con la ventaja indudable de que todo se debe a un mismo autor hecho que dota a esta Historia de una unidad de enfoque y estilística que hace accesible y agradable su lectura. 

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