domingo, 18 de septiembre de 2011

Guy Deutscher


LA PESTE

            No me refiero a la obra de Albert Camus, desde luego; tampoco a la enfermedad que aterrorizó a Europa durante el siglo XIV. Uso el título en la quinta y sexta acepciones que nos ofrece el DRAE; es decir, hablaré un poco de psicólogos, pedagogos, psicopedagogos y especies semejantes, además de los periodistas. Habrá quien piense que remedo a Karl Kraus, pero es imposible estar a su altura: el vienés sabía poner en su sitio como mucho más estilo a los demagogos del siglo XX. Lo he dicho en otras ocasiones: corruptio optimi pessimi.

            La lengua perteneció durante siglos a los hablantes; éstos decidían  y en muchos casos aún sigue siendo así [1]. Los totalitarismos del siglo XX descubrieron que un método eficaz de controlar a la gente era controlar el lenguaje. G. Orwell lo enunció con clarividencia en 1984. El nazismo y el comunismo lo pusieron brutalmente en la práctica [2]. Ciertamente, nuestro mundo está edificado con palabras: controlarlas es someternos.  Los modernos, ya hipermodernos o postmodernos o ultramodernos, también ha hollado esa senda totalitaria y llegan a decretar la forma de hablar para obligar a pensar. Cuentan con el apoyo inestimable de algunos periodistas dispuestos a exaltar todo lo que sea estupidez mientras pueda venderse.

            (El lector inteligente puede saltarse el párrafo que sigue).

            La historia es conocida por todos: el célebre profesor Espermólogo, psicolingüista, pedagogo, psicólogo y tertuliano, aterrizó en el planeta Tierra para examinar sus lenguas y tuvo el hombre la mala suerte de poner sus pies en España. ¡Qué horror! (no lo decía por los bajos índices de lectura), ¡qué espanto! (no lo exclamó por el descuido con la naturaleza y el patrimonio histórico), ¡qué atraso! Se encontró con la lengua profundamente sexista: la lámpara estaba siempre colgada (es decir, pendiente) del techo; la alfombra era pisada por los pies y la mesa, ¿qué decir de la mesa sobre cubierta por el mantel y sobre la que se colocaban los platos, los vasos y los cubiertos. Sólo en determinadas circunstancias las clases altas accedían a colocar las copas… Espermólogo salió a la calle y descubrió indignado que el Sol tenía luz propia mientras que la Luna sólo podía reflejar la luz del varonil astro. Gritó: “¡Discriminación!” (que, por cierto, es femenino, marca de discriminación, que es femenino, marca de discriminación, que es femenino, marca de discriminación… ¡perdón, lector!) y congregó a una legión de psicólogos, pedagogos y psicopedagogos para una verdadera cruzada contra el sexismo del español (masculino). Con el apoyo/la apoya de los periodistas/las periodistas, (la coma es también el como; el punto, la punta y así/asá,  conste: no se me vaya a criticar) hicieron estragos/estragas: aparecieron las jóvenas, las juezas, las albañilas, las miembras… Quienes se negaron a usar aquel vocabulario/aquella vocabularia nuevo/nueva y rompedor/rompedora, sexualmente equilibrado/equilibrada, defensor/defensora del igualdad/la igualdad, fueron techados/tachadas de moralmente deleznables/deleznablas, malos/malas, carcos/carcas… Los hombres y las mujeres estaban sobrecogidos y sobrecogidas, atónitos y atónitas; algunos abrieron sus bocos/bocas para sumarse a este político/esta política del igualdad/ la igualdad. Fueron felices y felizas para acabar comiendo perdices y perdizas (aunque aquí Espermólogo tuvo sus dudos/dudas, porque ¿era bueno/buena comer perdizas?). Al menos, dejó en paz a los ovejos y a los cabros, que pudieron descansar siendo ovejas y cabras por un tiempo/una tiempa. El nuevo español/la nueva española fue construyéndose con asombroso/asombrosa rapidez/rapideza y acabando/acabanda con el marginación/la marginaciona de las mujeres a un ritmo/una ritma talo/tala que nadie/nadia entendía algo/alga, ni un/una solo/sola palabro/palabra. Todo/toda funcionó por contagio/contagia y quienes/quienas usaban el/la lenguo/lengua del/de la antiguo/antigua modo/moda empezaron a sentirse incómodos/incómodas y a recular en sus posiciones/posicionas. Los niños y las niñas aprendían sin mucho/mucha dificultod/dificultad el/la nuevo/nueva lenguo/lengua y, aunque no se entendían entre ellos/ellas hablaban con claridod/claridad increíble/increíbla. Vinieron/vinieran siglos/siglas de esplendor/esplendora paro/para todos/todas los/las habitantes/habitantas de/da aquel/aquella país/paísa. Los/las editoriales/editoriales hiceron/hicieran su agosto/agosta porque/porca los/las libros/libras teníon/tenían mós/más páginos/páginas y, consecuentemente/consecuentamente, podíon/podían ser/sera vendidos/vendidas o/a un/una mayor/mayora precio/precia. El profesor Espermólogo descubrió un/una dío/día que los nabos podían ser nabas y las almejas, almejos; semejante/semejanta descubrimiento/descubrimienta le llenó de alegrío/alegría. Toquemos/toquemas los/las palmos/palmas y acabamemos/acabemas este/esta insoportable/insoportabla párrafo/párrafa que me/ma duele/duela el/la cabezo/cabeza.

            (Amigo lector, ¿no te has saltado el párrafo? Concluye).

            Malditos sean por toda la Eternidad los que destruyen nuestra lengua.

            Basta con leer algunas circulares o escuchar, simplemente escuchar, cómo la peste se extiende y con frecuencia nos contagia sin que nos demos cuenta. No obstante, contra esta peste hay un vacuna infalible: la inteligencia (sí, ya sé qué supone decir esto y quiero pecar de cruel). Los tontos de siempre han encontrado un juguete nuevo y sólo serán dichosos si todos nos volvemos tontos. ¡Ánimo, que por lo visto, no es tan difícil!, aunque han jugado con ventaja pues comenzaron por los más fáciles: periodistas y políticos, partidarios de la jerga, suculento festín de estúpidos al que pronto se apuntan los agrimensores.


             Guy Deutscher ha escrito un libro interesante: El prisma del lenguaje. Cómo las palabras colorean el mundo, Madrid, Ariel, 2011. No se trata de un libro escrito para lingüistas ni para especialistas de ningún género. No, Deutscher ha escrito un libro accesible al común de los mortales que si por algo peca, es más bien porque a veces se repite un poco como si tomase por tontos a los lectores. No dudo de que yo lo soy; pero los demás, no. El autor es un profesor israelí, nacido unos años después que yo en Tel Aviv; con el tiempo se ha afincado en Europa (en la actualidad vive, envidia, en Oxford) y estoy seguro de que alguna universidad del país-sigla ha intentado echarle el lazo. Ahora bien, buena parte del mérito del libro se debe al traductor, Manuel Talens, pues como indica el autor en la nota a la edición española, Talens ha hecho mucho más que una traducción. Ha realizado una adaptación, algo especialmente difícil, pero útil, en un libro sobre la lengua.

            El prisma del lenguaje, repleto de ejemplos que harán las delicias del lector curioso, nos enseña a poner en duda algunas de las ideas en boga. Deutscher, que no se siente especialmente inclinado a dar la razón a las modas, nos hace reflexionar—más bien, nos obliga—sobre la influencia de la cultura sobre la lengua, la complejidad de las lenguas o la importancia de la lengua materna en las maneras de pensar. Escrito con brillantez, pese a sus reiteraciones,  la obra está dividida en dos partes (la lengua como espejo y la lengua como prisma) y buena parte de ambas está dedicada al problema de los colores (Gladstone, un verdadero man for all seasons), pero también se trata de cómo las lenguas ubican a los objetos y a los hablantes en el espacio y hay un capítulo dedicado al sexo y la sintaxis,  que me ha servido para dar la tabarra a quien haya leído este comentario.

            Personalmente, me parece que toda lingüística es siempre una metalingüística y ésa es una de las razones por la que a los sediciosos filósofos les gusta reflexionar sobre la lengua. Sin duda, Deutscher está en deuda con muchos—desde Sapir a Jakobson pasando por el combativo Chomsky, Heidegger o Wittgenstein--, pero me ha sorprendido bastante, quizás porque sólo soy un aficionado, la ausencia de cualquier referencia explícita a Saussure, ausente incluso de la bibliografía: ¿manías anglosajonas u ocultamiento estratégico? Los problemas del lenguaje, como los de la metafísica—por no hablar de la patafísica--, nunca se resolverán de manera satisfactoria precisamente porque el hombre es el animal del logos y para todo lo que dice o piensa necesita palabras (signos, si se prefiere). El libro de Deutscher me ha hecho pasar un buen rato; he aprendido y ha reafirmado mi convicción de que debemos cuidar el tesoro de nuestra lengua: es una exigencia moral no dejarlo en manos de psicólogos, pedagogos, periodistas o agrimensores.

            Y para quien no lo sepa, “espermólogo” es el calificativo con el que los atenienses castigaron a Pablo de Tarso después del discurso el Areópago. El espermólogo era un pájaro cuya voz podía parecer humana, aunque sus sonidos carecían de significado. Pasó a significar “charlatán”.

            Shalom.

[1] Medítese en el significado nada piadoso que ha adquirido el término “hostia” para los hablantes de España, aunque no en otros territorios de habla española. Escuchar a un comentarista de la televisión mejicana retransmitir una ceremonia comentando “el Papa en persona baja a repartir hostias” no dejará de dibujar una sonrisa en nuestros labios por más piadosos que seamos.

[2] Recuérdese el libro de Victor Klemperer;  pero también las experiencias de Paul Celan, a quien en no pequeña medida se debe el rescate del alemán, y las observaciones que hizo George Steiner.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravo!!

Anónimo dijo...

"Malditos sean por toda la Eternidad los que destruyen nuestra lengua".

El lector y escritor inteligente, el que aplica las normas de la Real Academia de la Lengua, puede saltarse el párrafo que sigue.


INTERROGACIÓN Y EXCLAMACIÓN (SIGNOS DE). 1. Los signos de interrogación (¿?) y de exclamación (¡!) sirven para representar en la escritura, respectivamente, la entonación interrogativa o exclamativa de un enunciado. Son signos dobles, pues existe un signo de apertura y otro de cierre, que deben colocarse de forma obligatoria al comienzo y al final del enunciado correspondiente; no obstante, existen casos en los que solo se usan los signos de cierre (→ 3a y d).

Los signos de apertura (¿ ¡) son característicos del español y no deben suprimirse por imitación de otras lenguas en las que únicamente se coloca el signo de cierre: Qué hora es? Qué alegría verte! Lo correcto es ¿Qué hora es? ¡Qué alegría verte!


3. Usos especiales

a) Los signos de cierre escritos entre paréntesis se utilizan para expresar duda (los de interrogación) o sorpresa (los de exclamación), no exentas, en la mayoría de los casos, de ironía: Tendría gracia (?) que hubiera perdido las llaves; Ha terminado los estudios con treinta años y está tan orgulloso (!).

b) Cuando el sentido de una oración es interrogativo y exclamativo a la vez, pueden combinarse ambos signos, abriendo con el de exclamación y cerrando con el de interrogación, o viceversa: ¡Cómo te has atrevido? / ¿Cómo te has atrevido!; o, preferiblemente, abriendo y cerrando con los dos signos a la vez: ¿¡Qué estás diciendo!? / ¡¿Qué estás diciendo?!

c) En obras literarias es posible escribir dos o tres signos de exclamación para indicar mayor énfasis en la entonación exclamativa: ¡¡¡Traidor!!!

d) Es frecuente el uso de los signos de interrogación en la indicación de fechas dudosas, especialmente en obras de carácter enciclopédico. Se recomienda colocar ambos signos, el de apertura y el de cierre: Hernández, Gregorio (¿1576?-1636), aunque también es posible escribir únicamente el de cierre: Hernández, Gregorio (1576?-1636).