martes, 18 de enero de 2011

Una revista... y el amigo Gianni en la bañera

¿TEOLOGÍA? ¿QUÉ TEOLOGÍA?

            Estoy dispuesto a cumplir aquella parte de mi propósito relativa a la Revista Interna­cional de Teología Concilium, que, como dije hace unas semanas, edita ahora Verbo Divino [1]. Dije que quería hablar del número 337 (septiembre de 2010) cuyo provocativo título es ¿Ateos de qué Dios? La lista de colaboradores es irregular, porque desde hace muchos años Concilium comenzó un deriva cuanto menos curiosa, pues presa del temor a ser acusada de eurocéntrica empezó a divulgar las teologías indígenas; pero se da la paradoja de que los re­presentantes más destacados de esas teologías se habían formado en universidades euro­peas—fundamentalmente alemanas e italianas una vez que Francia hubo perdido su peso en la teología europea. Me parece que con este dato sobran muchos comentarios, aunque lo cierto es que los padres fundadores de la revista se hubiesen quedado perplejos ante al­guna de su derivas, pues en ocasiones parece una decidida adalid de la reducción de la teología a una ciencia de las religiones (aunque de paso se acusa al concepto de “religión” de llevar la marca del eurocentrismo). Congar, Rahner y otros difuntos—incluso es proba­ble que el impronunciable Schillebeeckx—tal vez hubiesen preferido otra cosa. Sin duda se trata de una deriva hacia el terreno de lo políticamente correcto. Prefiero no hacer comentarios... Claro que todo este proceso había empezado años atrás, cuando “la otra parte” de embarcó en la fundación de Communio. A la vejez, viruelas: venerables maestros en teología cayeron bajo el peso de acusaciones simplistas en las que a estas alturas es mejor no entrar.

            En el número del que hablo hay, sin duda, colaboraciones interesantes, aunque la presencia de algunos nombres en una revista de teología pueda suscitar, cuanto menos, un gesto de asombro. Y esto tiene mucho que ver con la deriva moderna  de la Teología (escribámosla con mayúscula). Respeto a todos los que escriben (incluyendo a André Comte-Sponville, al que me he referido en los mismos términos en otra ocasión, e incluso al más gracioso Christopher Higgins),  pero en una revista científica de Teología [2] no soy capaz de entender (aunque sí de comprender) ciertas elecciones al menos en nivel general (intelligenti pauca). La Teología seguirá se acabará por volver del todo irrelevante si no es capaz de tomarse en serio a sí misma. Hay diferencias: tengo delante de mí—acabo de terminarlo—el libro recién publicado de René Girard y Gianni Vattimo, ¿Verdad o fe débil? Diálogo sobre cristianismo y relativismo, Barcelona, Paidós, 2011, muestra excelente, aunque repetitiva, de que la teología puede dar que pensar. Y es que a estas alturas uno no entiende que sea preciso explicar que los significados dependen de los contextos: “Dios” no puede significar lo mismo hoy que en el siglo de Tomás de Aquino, pues el contexto es muy diferente. Podríamos decir que “Dios no significa lo mismo, aunque creemos en el mismo Dios que Tomás”; de la misma manera—por explicarme—aunque veamos el mismo cielo sobre nuestras cabezas, ese cielo no significa de ninguna manera lo mismo [3]. Todos nuestros saberes—todos—son contextuales y así, al menos en buena parte, habría que darle la razón a Vattimo. Creo que la forma correcta de escribir sería hoy Dios, una forma mas sencilla de mantener la verdad de la expresión vattimiana “gracias a Dios soy ateo”.

            Sin embargo, no es de recibo encontrarse en una revista actual una defensa cerril del cientismo (como la que realiza aquel cuyo nombre recuerda sin ene a esa partícula elemental, hipotética y masiva predicha por el modelo estándar). Y digo que no es de recibo, porque a estas alturas eso me parece no tomarse verdaderamente en serio al ateísmo—que tiene también su dignidad porque ha sido pensado por hombres que buscaban el bien, no lo olvidemos. Sostener la posición metafísica del bosón sin ene es volver a tiempos de Monod. Sencillamente, no es serio y no porque la verdad de nuestras afirmaciones dependa de la época en que se producen, sino porque se olvida todo el debate, cerrado hace años, en el que Plantinga dijo algunas palabras relevantes (pese a que a mí, personalmente, me parezcan insuficientes). Aquí, al final, debemos ser un poco popperianos: cuando una teoría lo explica todo... ¡caute! Eso ya lo hizo Freud y con mucho más estilo.

            Esto no quiere decir que Concilium 337 no merezca la pena leerse. Siempre meditaré con placer e interés las aportaciones del quizás más relevante teólogo español de la actualidad, Andrés Torres Queiruga; de la misma manera, las aportaciones de Thierry-Marie Courau o de Jean Grondin... Este número hará meditar algunas posiciones, pero mi reproche es que no aporta prácticamente nada al debate. Y siento decirlo, aunque quizás esto sólo signifique que me estoy haciendo viejo.

            En cuanto al nuevo libro de conversaciones entre el antropólogo—insiste en no denominarse filósofo—y el simpático italiano sólo tengo que decir que merece la pena leerlo con cierto detenimiento pese a las reiteraciones (sobre todo de Girard empeñado en explicarnos una y otra vez la teoría mimética que, por cierto, hace años que conocemos). Hay algún momento brillante y, sobre todo, los dos artículos finales, fuera ya del diálogo, precisan las posiciones de ambos pensadores.

            Shalom.

[1] Comenzó haciéndose cargo de la versión española aquella magnífica editorial que fue Cristiandad. La historia de los avatares de esta editorial, que desapareció para desgracia de la teología española, no ha sido suficientemente explicada. A ella hace referencia Olega­rio González de Cardedal en Teología en España, libro del que ya dije algo (aunque enton­ces guardé silencio sobre la mezquindad del profesor de Salamanca—¡y no es el P. Ramí­rez!—con la figura de Juan Mateos a quien, precisamente, Cristiandad debió buena parte de su fortuna. Al magnífico traductor y a su colaborar Fernando Camacho se debió lo que en tiempos se llamó el “bollito”: la introducción clara y precisa a su traducción del Nuevo Testamento, que circuló haciéndonos descubrir otra forma de leer la Escritura. Los aspectos discutibles de la traducción—pues los tenía—no invalidan para nada las aportaciones del equipo, formando a la sombra de Juan primero en el Oriental de Roma y, más tarde, en Granada. Pese al respeto que le profeso a Olegario González de Cardedal, me ha parecido muy poco elegante que ni siquiera haga una mención de Juan en su último libro. Hace unos años, arreglados tal vez problemas de índole mendeliana, Cristiandad reapareció, pero ya no tenía el mismo espíritu.

[2] Para algunos una contradicción en los términos.


[3] Hay costumbres que permanecen ligadas a los antiguos significados; por ejemplo en el hecho de que unos enamorados contemplen de noche (y solos a ser posible, no seamos indiscretos) las estrellas. El señor Higgins, sin duda, desaconsejaría a los enamorados mantener tal actitud, porque posiblemente carezca de la sensibilidad suficiente. Y es que ser botánico no implica que uno comprenda el significado de las flores... Por otra parte, el artículo de Higgins es muestra de la escasa preparación teológica de algunos que se aventuran a participar en el debate teológico. La incultura religiosa de algunos nos hace decir cosas que en absoluto decimos; pero, claro, es más cómodo permanecer sin revisar los propios prejuicios.

Las fotografías: En primer lugar, el bosón. Plantinga. Después el profesor Torres Queiruga. Homenaje a Juan Mateos. El serio Girard y Gianni en la bañera vacía (por aquello del ser).

No hay comentarios: