sábado, 20 de noviembre de 2010

Tolstói... y el veintitrés de noviembre

UNA DELICIOSA NOVELA


            Este año se cumple el centenario de la muerte de Lev Tolstói [1]. Desde luego no descubriré el Mediterráneo si hablo del ruso (también conocido como León Tolstói). ¿Quién no se ha sentido subyugado por Guerra y Paz, Ana Karenina  o Resurrección? Recuerdo que la primera de las novelas que he citado estaba en uno de los anaqueles de la casa de mis padres. Eran varios tomos—no recuerdo cuántos, quizás tres—en los que aparecían los nombres de Gogol, Dostoyeski, Tolstói… Encuadernado en cuero granate, con letras grabadas en oro, de pequeño tenía la impresión de que jamás sería capaz de leer aquellas obras, demasiado extensas para mi mente infantil. Muchos de los de mi generación hemos crecido con el recuerdo de aquellas bibliotecas, recuerdo que nos ha marcado [2].

            Además del aniversario al que he hecho referencia arriba, parece claro que algunas editoriales han puesto su afortunado empeño en hacer presente a “los rusos”. Hace una semana tuve la suerte de que uno de mis hermanos me regalase los Diarios de un escritor, en una edición ampliada y carísima (también muy interesante); pero quiero hablar de Tolstói, aunque mis preferencias se inclinen por el otro autor del que la histórica FCE está editando casi una biografía. El caso es que encontré en la Librería Palas [3] una obrita de Tolstói, editada hace siglos por la Biblioteca Básica Salvat, que tan buenos recuerdos me trae. Se trata de El padre Sergio, Madrid, Rey Lear, 2009. La magnífica traducción—en un español pulcro y limpio, casi transparente—ha corrido a cargo de Bela Martinova de la que pongo aquí una fotografía como reconocimiento, pues estoy cierto de que buena parte del encanto de El padre Sergio se debe a la traductora. Debo añadir que la edición está primorosamente cuidada y que es maravilloso tener entre las manos libros como éste, editados con cuidado y delicadeza.

            La novela se lee en menos de una hora. De hecho a alguno que sólo conozca Guerra y Paz le puede resultar sorprendente que Tolstói fuera capaz de sintetizar una vida entera, en poco más de cien páginas. La novela narra la convulsa historia de un militar, el príncipe Stepán Kasatski; pero claro, se trata de una historia interior: la genialidad del novelista ruso le permitía introducirse en la piel de otras personas llegando incluso a saber lo que sentían. Esto, característico también de la narrativa de Dostoyeski, es algo que muy pocos han logrado. No se trata de describir procesos psicológicos, sino de una forma diferente de observar la realidad. El príncipe será militar y las sucesivas decepciones lo irán llevando a cambiar de estado; decepciones incontables: primero su amada, después el zar, más tarde algún monje… Descubrirá la fuente cuando se mire en el espejo, pues uno nunca puede huir de sí mismo. Sólo por la siguiente reflexión merece la pena leer de un tirón El padre Sergio: “Yo vivía para la gente con el pretexto de vivir para Dios, mientras que ella vive para Dios con el pretexto de vivir para la gente” (pág. 106).



            Pero no quiero despedirme sin recordar que la próxima semana celebraré el nonágesimo aniversario del nacimiento de Paul Celan (veintitrés de noviembre de 1920). La editorial Trotta acaba de publicar Poemas y prosas de juventud, Madrid 2010. Encontramos aquí algunos poemas no publicados anteriormente en las Obras completas y en los Poemas póstumos así como otros que ya habían visto anteriormente la luz. Me despido con un poema de Celan, para el que se abrieron las puertas de todos los cielos.

EQUINOCCIO

“Y en las noches, dulces del astro otoñal,
mi corazón caerá, el tuyo volará empero;
tu camino será claro, el mío un marañal,
mis ojos apagados, los tuyos dos luceros;

flores quedarán secas, raíces en flor;
el monte abierto, el abismo cerrado,
un brazo fracasado, otro esforzador,
un vaso vacío, otros habrá rebosado;

mi ilusión hundida, la tuya extasiada,
lágrimas hablarán y serán silenciosas,
mi sangre in fe, tu sangre confiada,
mi boca negada, tu boca generosa…”

“¿Ah, a esta noche no pertenece ninguna de tus estrellas?”
“Hasta que tu cántaro se llene como el mío esperan ellas.

            Shalom.

[1] Los nombres de los autores extranjeros están yendo y viniendo dependiendo de los traductores. Personalmente, estaba yo acostumbrado a decir León Tolstói y Fédor Dostoieski… Hoy nos puede parecer disparatado traducir los nombres, pero el uso ha consagrado ha consagrado determinadas maneras de llamar. De hecho, prefiero León a Lev aun sabiendo la segunda es la forma correcta.

[2] No es lo mismo, desde luego, crecer teniendo a mano una buena biblioteca que con la ausencia casi total de libros. Por eso, la igualdad de oportunidades que nos venden los pedagogos (¡el niño como objeto de una supuesta ciencia!) es poco más que humo. Sin embargo, no quiero ser injusto con el humo pues las chimeneas de los viejos mercantes me traen recuerdos de mi infancia. No, lo que nos suelen vender es demagogia.

[3] Ya he hecho referencia en otra ocasión a la librería Palas, que se encuentra en la calle Asunción de Sevilla, muy cerca de la esquina con Virgen de Luján. Se trata de una de esas librerías de las que, por desgracia, cada vez van quedando menos. Ya me he quejado más veces de la proliferación de las grandes cadenas (medítese ese sustantivo) y, me temo, que el futuro no será mucho mejor con los pseudolibros electrónicos (¿no podríamos llamarlos despectivamente “pseudolibros fláccidos”, con un redundante “pseudolibros ilusorios”, quizás “mezquinos” o algo semejante?), pues las editoriales no renunciarán por mucho tiempo al tanto por cierto del que hoy malviven las pequeñas librerías, que, sin embargo, hacen un hercúleo trabajo a favor de la cultura y de la lectura. Los mezquinos no auguran nada bueno. Algunos dicen: “Sólo cambia el soporte”, pero yo no me imagino la mente de Greta Garbo interpretando un papel en el cuerpo de Orson Welles… ¿Cuándo reconoceremos sensatamente la importancia de la materia real? Al fin y al cabo, yo soy antiguo, de ésos que aún creen en la resurrección de la carne.

            Edito este comentario precisamente el día en que se cumplen cien años de la muerte de Lev Tolstói.

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