martes, 18 de mayo de 2010

Mijail Bulgákov y Evgeni Zamiatin

LOS ROSTROS DEL DEMONIO
La dignidad de algunos escritores


            Por desgracia hoy apenas se escriben tratados serios de demonología. Hemos perdido casi toda la cultural profunda respecto a los demonios y nos la han cambiado por esos artefactos mezcla de estupefaciente e idiotez que son las películas, norteamericanas en su mayoría, sobre el tema. Recientemente la editorial granadina Nuevo Inicio ha publicado un tratado del que algún día me gustaría hablar, pese a sus errores de perspectiva ocasionales: Fabrice Hadjadj, La fe de los demonios (o el ateísmo superado), Granada 2009, que tiene al menos el mérito de recordar que la materia no peca... He colocado esta breve introducción al modo de algunos trágicos griegos para hablar de otro libro: Mijail Bulgákov y Evgeni ZamiatinCartas a Stalin, Madrid, Veintisieteletras, 2010. Estamos ante un libro extraño por su contenido.

            ¿Quién no conoce al genial autor de la biografía de Molière y de El Maestro y Margarita, ésta sí, una verdadera demonología moderna? Mijail Bulgákov, nacido en 1891 y muerto en 1940, es uno de los grandes autores rusos del siglo XX; fue un dramaturgo de prestigio y se dice que el propio Stalin lo contaba entre sus autores preferidos de teatro*. Su obra más conocida, El Maestro y Margarita, sólo pudo ser publicada mucho después de su muerte, aunque circuló por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas clandestinamente. Por su parte Zamiatin tuvo algo más de suerte: nació unos años antes que Bulgákov, en 1884 y murió en París dos años antes del estallido de la Segunda Gran Guerra; su obra más conocida, Nosotros,  se publicó en 1921. Logró exiliarse—cuando hacerlo era el priveligio de unos escogidos. Bulgákov no tuvo esa suerte, pues murió en Moscú a los cuarenta y ocho años. Estos dos escritores pueden valernos como muestra de la dignidad de algunos hombres buenos; una dignidad que se expresa a trancas y barrancas contra la dura realidad del comunismo soviético. Conviene recordar que en 1940 todos los partidos comunistas del mundo rendían pleitesía a los líderes soviéticos y que la política exterior soviética se expresaba a través de los esos partidos.


            No haré referencia ahora a toda una serie de lecturas sobre el comunismo y todo lo que de supuso. Están a mano las obras de Solzhenitsyn y cualquiera puede leer los excelentes ensayos que ha publicado Edhasa de Orlando Figes. Cabría también mencionar el libro Koba el terrible, publicado por Anagrama, de Martin Amis, un verdadero ajuste de cuentas. No creo que nadie sensato cometa la indignidad de defender el sistema soviético, un régimen que mandó a la muerte a millones de personas con la silenciosa aprobación de los progresistas occidentales. Algunos aún no han pedido perdón a las víctimas y andan por ahí pavoneándose de su propia estupidez, pero éstos tales no merecen una sola línea por más que escriban libros propios de ciegos**. Incluso hubo uno, famoso y ruso, bien considerado siempre y tenido por buen escritor (la palabra “buen”, como querría Nietzsche, debe ser pronunciada en este caso con desprecio) que calló aún conociendo las atrocidades que se cometían en la construcción del canal del mar Blanco.


            La terrorífica figura del padre de la madre Rusia, Stalin, domina la historia del siglo XX de una extraña manera. Durante dos decenios se le rindió culto de forma ridícula*** e incluso en las zonas donde el poder soviético no era opresivo se le consideró digno de admiración... Su brutalidad, cierta, no me interesa aquí. Quiero fijarme en su relación con el bueno de Bulgákov, uno de mis escritores preferidos, que me ha hecho pasar muchos instantes de felicidad por su brillante inteligencia****.

            Bulgákov quería salir de la URSS porque se sentía acosada y, desde luego, no era afecto a las brutalidades del régimen. Es cierto que en sus cartas pide ser “de utilidad” porque no tenía madera de mártir (como Tomás Moro dijo de sí mismo): deseaba poder trabajar en algo relacionado con sus habilidades, pero fue censurado, criticado hasta la saciedad, espiado, expulsado y arrinconado. Y pasó por esto pese a haber sido un autor de éxito en los primeros años de la Revolución, cuando ésta no había desvelado su verdadero rostro. Su rostro es doble: Lenin, por una parte, y el continuador de su obra, Stalin. Como no quiero entrar aquí en discusiones históricas*****, me referiré sólo al rostro del segundo. Bulgákov escribió al líder, al guía del pueblo, solicitándole permiso para emigrar. A veces vemos en sus cartas el dolor que le ocasionaba manifestarse en un tono respetuoso, pero por su esposa y por él mismo se hacía preciso abandonar la URSS, ser “de alguna utilidad” en el extranjero.

            La Bestia rugiente, que despedazaba cadáveres con los pies y hacía desaparecer a individuos de la historia gracias al retoque fotográfico, daba miedo. Y Bulgákov le habla desde ese miedo, ocultándolo en la medida de lo posible para alcanzar su meta, la emigración. Pero la Bestia no cede. Bulgákov cree incluso que puede acariciarla y presentar su hoja de servicios, pero en la naturaleza de la Bestia no está el agradecimiento. Sin embargo, una noche se produce una llamada por teléfono: Stalin en persona se interesa por el escritor. Sí, no es un secretario, sino la propia Bestia la que ha telefoneado al apartamento. Bulgákov cree que esa llamada significa algo y se aferra a ella... para nada, pues las humillaciones siguieron su curso. La última carta a Stalin, de febrero de 1938, está llena de la dignidad de un hombre bueno: ya no pide por él; no, suplica para que el talento literario de un desterrado, N. R. Erdman, sea aprovechado. Pocos meses después Bulgákov moriría en Moscú.


            Stalin jugó sus cartas: el terror primero, la represión, el gesto amenazante, la mano levantada, el expediente que se abre... Después, la llamada interesada. Una vez que se ha provocado el pánico conviene mostrar un rostro más afable porque se sabe que el resorte de cualquier actuación será el miedo. ¿Quién nos dejó dicho que por el miedo a la muerte empieza todo? El autor de La Estrella... tenía razón y eso lo han sabido todas las bestias inmundas del siglo XX, todos los comisarios políticos******, todos los dictadores, porque el miedo es un poderoso motor; pero no cualquiera, sino el miedo pánico, aquel que uno no puede controlar y ante el que se doblega pues sabe que la Bestia lo supera en mucho y que cualquier resistencia lleva a la aniquilación atroz. Y, sin embargo, hubo personas que resistieron a la Bestia. El demonio puede tener muchos rostros: a veces el de Bestia, pero en otras ocasiones puede revestir la cara de la afabilidad más exquisita. No se trata de ninguna coincidencia de los opuestos, sino sencillamente de las formas de revestirse del mal, que trabaja con el miedo pánico como argumento, un miedo que no permite  ninguna desobediencia.. Lo importante es no dejarse dominar por él. Bulgákov no se dejó dominar: jugó las pocas cartas que tenía en la mano; entonces la Bestia eligió la estrategia de la afabilidad para dejarlo sin cartas. De Stalin podría decirse lo mismo que supuestamente Danton comentó de Robespierre: “Le gusta tanto la guillotina porque no le gusta que ninguna cabeza sobresalga por encima de la suya”.

            Las cartas a Stalin de Bulgákov están llenas de la dignidad de un hombre real que luchaba por su supervivencia. Sin duda, el escritor tuvo más suerte que otros, pues ni acabó en el gulag ni fue fusilado. Sin embargo, sus últimos años están llenos de sufrimiento, un sufrimiento que pasa por la prohibición de publicar sabiendo que el hecho de no dejarlo escribir significaba para Bulgákov la forma más atroz de muerte.

            La edición de Cartas a Stalin está hecha con cuidado y nos ofrece unas valiosas fotografías de los protagonistas. Leí el libro de un tirón, a veces indignado por las carantoñas de Bulgákov a la Bestia, a veces maravillado de su capacidad para escamotearse, sorprendido por su candidez ante la llamada de Stalin; pero del fondo de las cartas, también de los escritos de Zamiatin, emergía una extraña dignidad: la de aquellos que se encontraron en una situación atroz y supieron permanecer de pie. De todos modos, esto es lo triste, en la historia real fue el verdugo el que ganó. Por eso convendría ahora recordar la definición que Horkheimer dio de la teología; pero esto lo dejamos mejor para otro día.

*Esto es una verdadera desgracia. Que alguien con mal gusto alabe tu talento debe ser motivo de preocupación.
**Esta estupidez sigue en pie en la defensa que algunos hacen de la represión cubana. ¡Señores! Es posible no aceptar y abominar la política del poderoso vecino del Norte y condenar al mismo tiempo la represión ejercida por el Partido Comunista Cubano.
***Conozco dos versionesde una anécdota sobre el pánico que provocaba el jefe supremo. Según una los aplausos a Stalin tras unos de sus discursos en el Politburó duraron varias horas porque nadie quería ser el primero en dejar de aplaudir. Creo recordar que en Archipiélago Gulag se narra una historia parecida: en el campo de trabajo cada vez que en un discurso salía el nombre de Stalin los condenados aplaudían. Tanto es así que acabó siendo prácticamente una competición y, finalmente, se detuvo al primero que dejó de aplaudir.
****Conocida es la historia de su reacción ante el registro de su apartamento moscovita por la policía política (GPU). Como los policías clavaban largos alfileres en los sofás para comprobar si ocultaban alguno de los peligrosísimos escritos de Bulgákov, éste se volvió y comentó a su esposa: “Yo no soy el resposable si ejecutan a tus sillones”.
*****Ya me ocasionaron en mi época de estudiante algún amargo enfrentamiento con dos de mis profesores, uno de historia de la Filosofía y otro de Sociología. Ambos vomitaban prejuicios. Pero ¡basta!
******Conozco el caso de algunos funcionarios públicos cuya misión consiste en ser comisarios políticos de esta índole: una vez que han metido el miedo en el cuerpo de sus subordinados han conseguido exactamente lo que pretendían. Al final, en la reunión de despedida, pueden incluso permitirse el lujo de ser un dechado de amabilidad. Sin embargo, debajo de sus sonrisas puede verse el brillo de los uniformes de cuero negro.

Shalom.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene usted mucha razon, por ejemplo, en lo de los comisarios político. La escena de la llamada de teléfono me ha recordado a Vida y destino de Vasili Grossman.

libro dijo...

guaaa!! me ha encantado espero que os guste el mio