miércoles, 13 de mayo de 2009

Filosofía y arte

FILOSOFÍA Y ARTE
¿Qué haría Velázquez en el siglo XXI?





Es posible que la pregunta formulada en el encabezamiento sea un resumen aceptable del libro que quiero presentar: Konrad Paul Liessmann, Filosofía del arte moderno, Barcelona, Ed. Herder, 2006 (página en la Red: http://www.herdereditorial.com/ ). En una gacetilla como ésta es difícil hacer un comentario que haga justicia al libro, pero no por el medio sino por quien en él escribe, que de ninguna manera es un experto ni en estética ni en la mucho más dudosa filosofía del arte.

La solapa del libro -magníficamente editado por Herder, editorial a la que antes frecuentaba pero que dada las condiciones del mercado ha entrado en una línea que a veces causa perplejidad- nos informa sobre el autor: nacido en Villach (un precioso pueblo en Carintia a medio camino entre Salzburgo y Venecia) en 1953 estudió Filología Germánica, Filosofía e Historia en Viena. En la actualidad es profesor en la facultad de Ciencias de la Educación de la capital austríaca. La solapa nos habla de los premios, libros y preocupaciones del profesor Liessmann, pero se olvida decir lo más importante, a saber, que se trata de una persona inteligente y con una magnífica capacidad de síntesis (cosas éstas que no se deducen de ninguno de los datos anteriores, conste). Porque Filosofía del arte moderno es uno de esos libros que ahorra la lectura de muchos libros y que, además, nos ofrece la posibilidad de pensar.

Filosofía del arte moderno es un recorrido por los principales autores (ciertamente, casi todos ellos pertenecientes al ámbito lingüístico del alemán) que desde Kant han abordado el problema de la belleza y del arte -tentado estaba de decir “el problema de la belleza en el arte”, pero eso supondría tomar partido. Y lo tomaré quizás, para más adelante. Partiendo del filósofo de Könisberg se pasa por Hegel para llegar al romanticismo; ahí un primer balance. El recorrido se retoma de la mano de Søren Kierkegaard (la ironía) para desembocar muy superficialmente en Schopenhauer (cosa que me parece inevitable, pues la sombra de Hegel sigue siendo alargada) y algo más profundamente en Nietzsche. Con el de Röcken se ha puesto pie en el siglo XX en el que se entra, ¿cómo no?, más de la mano de la sociología -Georg Simmel y el primer marxista, Georg Lukács. Desde aquí se llega, caminando hacia el pasado, a Konrad Fiedler para volcarse en el inconfundible Walter Benjamin y en una interesantísima reflexión sobre Günther Anders. Aquí una parada para tomar aliento, porque se llega al autor que quizás representa la máxima aportación a la estética en el siglo XX, Theodor Adorno, al que se aborda pero no con profundidad, pues requeriría una obra aparte. Adorno es claramente una línea divisoria, porque los demás vienen después de Adorno, es decir, no pueden evitar pensar a partir de él. Tanto Arthur Danto como los posteriores beben de fuentes adornianas salvo, claro está, Hans Sedlmayr. El capítulo dedicado a éste y a Arnold Gehlen, que en nuestro país se hizo conocido por su antropología, nos sorprende dedicándole varias páginas a nuestro don José Ortega y Gasset (que en ningún caso fue un maestro en el erial: las venganzas de los mediocres serán siempre mediocres venganzas). Don José quizás hubiese meneado la cabeza quejoso, pues él que tan bien hablaba francés siempre fue mejor conocido en Alemania (y allí envió a Zubiri). Los ecos de aquella fama aún perduran, pero va siendo obra de justicia recordar a Ortega y Gasset del olvido en el que los estudiosos españoles, que no merecen el nombre de filósofos, lo han dejado. En este entramado es cuanto menos curioso que Liessmann no le haya hincado el diente al amigo Martin Heidegger, que tantos esfuerzos realizó por pensar en el arte (recuérdese Caminos del bosque o Arte y poesía, por ejemplo, o sus intentos de ser alcanzado por Celan). No consigo explicarme esta ausencia -más cuando casi todas las lecturas que hoy se hacen de Nietzsche nos los ofrecen pasado por el horno heideggeriano. Se entiende que Wittgenstein esté ausente (aunque austríaco era como el autor de nuestro libro), se puede aceptar que no aparezca Gadamer (alemán también, pero discípulo de Heidegger) estén ausentes o que incluso las reflexiones de algunos artistas, pero ¿cómo se puede esconder a Heidegger? Sobre todo cuando la parte final del libro aparece dedicada a los problemas de la Modernidad y Posmodernidad -donde sí se hacen presentes los franceses: Lyotard, Foucault). El libro termina realmente con la presentación de la teoría de lo nuevo de Boris Groys (cuyas tesis quedaría anuladas con sólo preguntar por el archivero), pues los dos epígrafes finales son más bien un compedio de problemas (no de soluciones) y pistas para el futuro de la reflexión estética.

No quiero aquí resumir tesis, sino animar a la lectura del libro o, al menos, a la reflexión sobre el arte. Pero antes haré una observación general a Filosofía del arte moderno: se dice que para los martillos todos los objetos tienen la forma de clavos (y hasta es posible que un martillo sea ciego para la mayor parte de los objetos no catalogables como clavos); es decir, cualquier reflexión que hoy se quiera crítica debe pensar primero el concepto de razón que se está usando y no darlo por supuesto (Hegel nos enseñó esto). Con esto no quiero decir que los problemas espistemológicos deban llevarse la parte del león, pero al pensar el arte deben pensarse tanto el pensamiento como el arte, y precisamente la reflexión sobre el pensamiento que piensa el arte está ausente de este estudio. Esto no la invalida de ninguna manera, pero muestra una de sus debilidades, porque ¿no se puede pensar de otro modo? Podríamos acercarnos a un pensamiento con imágenes o en el que la vida (de nuevo Ortega) no estuviese presente sólo como horizonte externo. Claro que, posiblemente, la intención (había escrito por error una palabra inexistente pero curiosa: “intentación”) de Liessmann sea fundamentalmente la de hacer un recorrido por la historia de la filosofía que parece desde Hegel la única forma de hacer filosofía. En cualquier caso, Liessmann piensa desde la fragmentación moderna y eso es precisamente lo que yo pondría en tela de juicio.

¿Qué hace hoy que un objeto sea arte? ¿El hecho de estar recluido en un museo? ¿Su precio en el mercado? ¿Qué tienen que ver la belleza y el arte? ¿Puede pensarse la belleza de lo feo? ¿Puede sobrevivir el arte en una sociedad deshumanizada o es el arte mismo el que ha provocado, al menos en parte, semejante deshumanización? ¿Tiene el arte algo que ver con las necesidades humanas o con la vida? (al hacer esta pregunta me he imaginado a Jürgen Habermas compungido, pero puedo decir que he leído Conocimiento e interés,conste). ¿Debe el arte abrirnos más allá, a una Transcendencia? ¿Qué relación debemos establecer entre belleza y bien? ¿Nos despedimos para siempre de la unidad de los transcendentales?

¿Son arte? ¿Por qué son arte o por qué no lo son?

















Una pregunta última, antes del humor (¿o del arte?): en una sociedad que vive encerrada en sí, que ha clausurado el mundo cabe sí misma, ¿no debería el arte indicar al menos -de la forma que fuese- una grieta en esa clausura? Siempre he defendido que pensar la fe es pensar la grieta del mundo; pero como creo que la realidad se nos ofrece como un todo, el arte ¿no debería sumarse? Claro, ya se sabe entonces que no comprendo demasiado bien el arte por el arte, pues me parece pura tautología. Más bien, con Adorno, hay que osar decir lo indecible. A todos, shalom.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Un libro que deberían leer muchos historiadores del arte, aunque sus reflexiones, con mucho sentido, van más allá del arte. Aunque muchos no lo entienden, de eso se trata, ¿no?