jueves, 4 de septiembre de 2008

RESPUESTA

Donde sigue la conversación...

Estaba escribiendo otra cosa y he abierto la gacetilla. Me ha sorprendido gratamente encontrar dos comentarios. Anónimo a secas me dice que no está acostumbrado a leer filosofía. Le diré que nunca es tarde, que -como enseñaba Zubiri- somos jóvenes mientras conservamos la capacidad de empezar (de paso, no sé bien por qué todos queremos ser jóvenes; de hecho, yo de niño lo que quería ser era viejo). El nacimiento de la tragedia es una buena elección para empezar a leer a Nietzsche; pero si me permites un consejo, deberías leer a la vez algo de historia para situarte -incluso podría ser bueno leer a Dostoievski. Gracias, también a ti, invisible amigo, por leerme y escribirme.

Sin ánimo de halagarte, diré que tienes más intelijencia de la que confiesas (homenajeemos a Juan Ramón, que se lo merece sobradamente), pues muy pocos alcanzan a “deambular por la belleza de las palabras” en la hermosa frase que usas. Y siempre he creído que la paciencia se alcanza (con paciencia, ciertamente). En cuanto a las preguntas que haces, yo en principio sólo puedo narrar dos historias. Seguramente conoces las dos, pero las recordaré. La primera habla de un hombre, que pasó haciendo el bien, pero al que torturaron y acabaron matando. Colgado del árbol ya no había ninguna esperanza y quien lo viese, por más amor que pusiese en la mirada, no la vería. Era un sin esperanza. Era la víspera de la fiesta del Pésaj del año 30. El árbol era el de la cruz donde, según dice el himno cristiano, “estuvo clavada la salvación del mundo”. El muerto era un tal Jesús de Nazaret. Paradójicamente, pocas realidades han dado más esperanza a los seres humanos que el fracaso de la cruz. La segunda historia es de un hombre, otro judío, que con otros huía de la ocupación nazi de Francia. Llegaron a los Pirineos, la frontera española. Allí los detuvo la guardia civil y los encerró por la noche en una caseta. Nuestro hombre, pensando que lo iban a entregar a los nazis, decidió ahorcarse. Era el 27 de septiembre de 1940 en Port Bou. Los guardias civiles, conmovidos por el suicidio, dejaron pasar la frontera al resto del grupo. Theodor W. Adorno esperaba al que murió en Nueva York. Su nombre era Walter Benjamin, que nos dejó dicho: “Sólo por los sin esperanza nos es dada la esperanza”. Su muerte abrió las puertas de la vida a sus compañeros de viaje. EGO, muchas gracias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

EGO.


Conozco la primera historia, la de ese tal Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien y amando. Buscar la esperanza en la cruz es casi paradójico. Aún así, la busco.
No conocía la segunda historia y me ha emocionado profundamente.

Gracias por hablarme de la esperanza con estas dos hitorias.
Me reconfortan mucho ahora. Muchas gracias.