jueves, 11 de septiembre de 2008

POESÍA. Itsjok Katzenelson

Kanta! Toma en la mano tu arpa,

gueka, aguekada, livyana

El libro del que voy a hablar hoy está lleno de dolor, pero es -en la mejor tradición bíblica de la que bebe- un canto: Itsjok Katzenelson, El canto del pueblo judío asesinado, Barcelona, Ed. Herder, 2006. Edición trilingüe ídish-castellano-judeo español. Traducción al castellano y transcripción del ídish: Eliahu Toker. Traducción al judeo-español: Arnau Pons. Epílogo: Phillippe Mesnard.

Se pueden decir muchas cosas de este largo canto; pero lo primero que yo debo hacer aquí es recomendar su lectura, capaz de emocionar porque nos hace cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, como quiere el Eterno por boca de Ezequiel: “Y os daré un corazón nuevo y os infundiré; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). Itsjok Katzenelson nació en Karelitz (Bielorrusia) en 1886; conoció la Shoá (la Catástrofe), la destrucción de los judíos europeos. Primero en el gueto de Varsovia -desde donde la mayor parte de su familia fue deportada a Treblinka, uno de los campos de exterminio-. Huyó con su hijo mayor a Francia, pero fue internado en el campo de Vittel -donde escribió El canto por encargo de la comunidad judía; finalmente, fue deportado a Auschwitz donde desapareció. Ahora que lo he escrito, pienso en el dolor de marcar los hitos de la vida de una persona por la brutalidad de los asesinos: el gueto, Treblinka, Vittel, Auschwitz... Por eso quiero decir que Katzenelson es un gran poeta, profesor y director de la escuela en Lodz (Polonia); escribió numerosos poemarios, obras de teatro, canciones para niños tanto en hebreo como en yídish (forma usual en España para ídish).

La historia de El canto podría ser el argumento de una gran novela. Katzenelson, huido a Vittel con su hijo, compone -quizás por encargo de la comunidad judía del campo- El canto y, ante el peligro, guarda en tres botellas el manuscrito. Esas botellas fueron enterradas juntoa un pino; la situación la conocían los compañeros de Katzenelson. Cuando el capo de Vittel es liberado, una amiga del autor, Miriam Novich, que conocía el lugar donde se hallaba el manuscrito, lo desentierra para hacerlo público; pero de Katzenelson se perdió toda huella ese mismo año, mil novecientos cuarenta y cuatro, en Auschwitz.

Debo decir -y que me perdone el poeta argentino que ha traducido al castellano El canto, que la versión en djudeo-español tiene mucha más garra que la versión española. Algún día tendremos que hablar ampliamente de la literatura sefardí. Ahora recordaré que el día catorce de septiembre hay un encuentro en torno a la cultura sefardí (literatura, música, cocina...) en París organizado por la amiga Gaelle Collin. Si tuviese ocasión, bien sabe el Eterno que me escaparía a la Ciudad de la Luz en el primer vuelo. Dicho esto, me queda señalar lo que para mí es más importante: la profundidad del dolor y del sufrimiento en una lectura profundamente poética (y, por ello, religiosa) cuya inspiración bíblica es radical. Con ello quiero apuntar a que el lenguaje no “bebe en”, sino que es directamente profético. Muchos pasajes me han recordado a mi viejo amigo Jeremías, que cantó a la desdicha del Pueblo como pocos; como Job, que sólo se quejó del Eterno cuando llegaron sus amigos para convencerlo de su justicia... Claro que el autor se enfrenta con el Eterno; claro que a veces piensa que sería mejor que su silencio tradujese su inexistencia; todo eso es claro, pero también lo es que sin el Eterno no tiene sentido El canto y no es que yo quiera que lo tenga, sino que lo tiene.

Todos conocemos la frase de Adorno sobre la poesía después de Auschwitz; todos conocemos el interrogante planteado por Bloch a Moltmann... Reflexionar sobre ellos es, sin duda, importante, pero aún lo es más mantener viva la memoria, y la memoria poética, aquella en la que se afinca la existencia:

Vos konosko byen! I malgrado ke mi boz no es tan rezya

komo la de mis aguelos los profetas, vos konosko byen!

A los empesijos de Djudyo...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EGO

Hoy no ha sido un día espiritualmente tranquilo . Abrir el blogg y encontrar un poemario me ha devuelto la calma que necesitaba (gracias por cumplir lo prometido) Respiro y leo y leer me ayuda a recobrar la paz interior que preciso en estos momentos.
Emocionar. Dices tú: cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne.
Sé que la lectura de este canto me dará el sosiego que se intuye en tu reseña.No conocía al autor.

Por otra parte, las biografías, historias y anécdotas que rodean a la literatura me pueden llegar a gustar tanto como ellas. Me duele el caminar doloroso de Katzenelson hasta su desaparición; me emociona cómo se conservó su poemario como palabras de naúfrago bajo un mar de tierra.
Tengo la absoluta seguridad de que tú podrías escribir esta historia porque la sientes y hablas con corazón "nuevo" sobre los acontecimientos que cuentas.
Voy a buscar el Canto y lo leeré intentando ver el rostro de Itsjok Katzenelson y el rostro de Dios en cada palabra.

Muchas gracias por estar ahí.

Anónimo dijo...

EGO

He estado buscando el libro y no lo he encontrado; quizás el sábado me pueda acercar a encargarlo. Tengo ganas de leerlo. Y de leerte. Espero que tu parón siga siendo literario.
Gracias.