martes, 26 de agosto de 2008

POESÍA. Leopoldo Panero

UN POETA OLVIDADO

Hablar de este poeta es entrar en un berenjenal del que pocos pueden salir ilesos; pues hablar de literatura en la España de la posguerra ofende a ciertos personajillos del mundo cultural que deben defender a capa y espada que aquello era un absoluto erial. Comprendo que detesten a Zubiri, pues no lo entienden y la mejor manera de defenderse de él es descalificarlo; entiendo que Cela les parezca despreciable o que arremetan contra el mejor escritor español del siglo XX por ser hijo de su padre -la enormidad de la culpa va ligada al apellido. Los modernos saben situarse antes de Jeremías: “Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera”. En el caso que nos ocupa, da la impresión que hasta los hijos han rechazado al padre, que escribió:

EPITAFIO

HA muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.


Leopoldo Panero, Por donde van las águilas, Granada, Ed. Comares, 1994 (página: http://www.comares.com/ ). La edición y el prólogo corren a cargo de Andrés Trapiello, leonés como Leopoldo Panero. Éste nació en Astorga en 1909; llegó, pues, demasiado tarde para pertenecer a la Generación del 27 y, por desgracia, ha sido incluido en la Generación de la Guerra, la del 36. Este hecho y el que se quedase en España ha condicionado enormemente la recepción de sus obra en los últimos años. Además, su polémica con el sobrevalorado poeta chileno Pablo Neruda (que como es bien sabido se disculpó por apoyar el stalinismo con sus millones de crímenes ¿o no lo hizo?) no le favoreció -y Dámaso quizás le falló en esto. Ciertamente, su particular peripecia personal y política ha servido para machacarlo, pero ahora no quiero entrar en la búsqueda de miserias, terreno al que parecen abonados muchos de los modernos -coprófagos se les podría llamar si no fuese porque tendrán que ir al diccionario.

Por donde van las águilas es un maravilloso poemario lleno de sensibilidad. Con un fondo imponente, Panero trabajó cuidadosamente la forma de sus poemas. La presencia de la naturaleza en la poesía de Panero se impone con rotundidad convirtiéndose en un símbolo que lleva al poeta y al lector mucho más allá. De parecida manera, los sentimientos de profunda raigambre -la familia- asoman en muchos de los rincones de esta poesía, pero sin efluvios melosos, sino como rocas sobre las que apoyar la existencia. Dios, el Dios que es fuente de sentido y de búsqueda, emerge en los poemas como la realidad que hace más profunda la realidad que se siente, como el hondón en el que perderse. Permítame Andrés Trapiello que me tome la libertad de citarlo: “La palabra patria escalofría, la palabra Dios hace huir a los snobs y a los progres (que procuran escribirla en minúscula o en plural: les parece más pagano y clásico), y la palabra familia mueve a risa. Es el gotha de nuestro tiempo. Sin embargo, la patria de la que habló Panero, su amado Castrillo de las Piedras, no es muy diferente de aquel là-bas del que hablaba Baudelaire: una huida y un sueño; su familia, al final, no fue muy diferente a la que todos tenemos: soledad y una eterna ausencia; en cuanto a Dios (“quien habla solo, espera hablar a Dios un día”), en de Panero es el mismo que todos llevamos dentro: aquel al que se habla cuando todo es silencio.


Estamos siempre solos, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos
”.

La fotografía que ilustra esta reflexión es hermosa: Leopoldo Panero y su amigo, el gran poeta
José García Nieto (del que hablaremos en otro momento), que al tener noticia de la muerte de Leopoldo escribió el siguiente soneto (Cuadernos Hispanoamericanos, julio/agosto de 1965, pág. 201):


Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.

Y tú no estás. ¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.


Torre de hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!

Rezo sin entender... ¿Cómo podía
haber sido... En la cruz, Él me decía
que lo mejor estaba de su parte.



Leopoldo Panero, nacido en Astorga, fallecido el 27 de agosto de 1962 en León, es sin duda uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

EGO
Estoy desde ayer leyendo tu blog; hablas al principio de que, como un Homero ciego, hablarás sin saber quién te escucha.
Me gusta Panero. Yo te escucharé siempre que pueda.

Anónimo dijo...

Panero fue un fascita de cuidado.