miércoles, 20 de agosto de 2008

Ensayo. Filosfía crítica




UN LIBRO INSUSTITUIBLE



¿Cuándo fue la primera ocasión que oí hablar de Horkheimer y Adorno? Quizás fuese a mi hermano mayor, una de las personas a las que debo mi interés por la lectura**, a quien le escuché hablar de la Escuela de Frankfurt y no fue directamente por el libro al que me referiré, sino por un estudio -magnífico, por cierto- de Martin Jay, La imaginación dialéctica. Historia de la Escuela de Frankfurt y del Instituto de Investigación Social, Madrid, Ed. Taurus, 1974. Taurus hizo una magnífica labor editorial mientras Jesús Aguirre estuvo al frente; de hecho, él fue el introductor en España de la Escuela de Frankfurt y a él se deben las primeras traducciones de Adorno y Horkheimer.



El libro: Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Ed. Trotta, 1994 (página http://www.trotta.es/ ). No seré yo quien resuma aquí la vida de estos dos grandes pensadores, situados en la senda del enigmático Walter Benjamin, a quien se debe una de las frases más luminosas que yo haya escuchado jamás: “Sólo por los sin esperanza no es dada la esperanza”; por fortuna, Abada Editores (puede verse su página en la Red: http://www.abadaeditores.com/ ) ha emprendido la publicación de las obras completas de Benjamin, aunque tardarán unos años en ver definitivamente la luz. Bueno, a lo que íbamos: Dialéctica de la Ilustración es una de las obras de obligada lectura para todo aquel que quiera conocer en cierta profundidad los avatares de la critica social en el siglo XX. Ciertamente, tanto Adorno -más críptico pese a La jerga de la autenticidad, un auténtico festín antiheideggeriano- como Horkheimer habían usado el materialismo dialéctico, pero no cabe duda que van mucho más allá y usando el materialismo como herramienta no se quedan en él. Su crítica a la mitologización de la Ilustración es tan certera que posteriormente Jürgen Habermas se ha visto en dificultades para llevar a cabo su proyecto de la razón comunicativa, pues ésta desembocaba en el tipo de utopía que había sido ferozmente censurado por Adorno y Horkheimer.



Los modernos (llamaré así a toda esa caterva de pensadores que piensan una sola idea y que, además, no es de ellos. Confieso que esta idea se me ocurrió leyendo un libro sobre Wittgenstein de un supuesto especialista español y, para más señas, profesor universitario: el pecado, pero no el pecador) han acabado tachando el pensamiento de Horkheimer, sobre todo, de conservador, pero sólo porque no tienen forma de hincarle el diente y caen bajo el peso de su crítica, pues el error de los modernos consiste en confundir pensamiento con matematización de la realidad. El esfuerzo por decir lo indecible -y pensar lo que la razón moderna considera tabú-, en transcender, es el que merece la pena: de lo que no se puede hablar, lo mejor es hacer el esfuerzo para decirlo; un esfuerzo que siempre será insuficiente. En esto los pensadores de la Escuela de Frankfurt están en deuda, algo que no niegan, con Hegel, pues el esfuerzo ha de hacerse para pensar el concepto. En este sentido, la mejor praxis es una buena teoría y esto es en sí una superación de cierto marxismo de escuela; pero no sólo de ésta, sino también de esa liberalismo ciego al sufrimiento humano y que lo da como ingrediente necesario de la historia. Así, el componente profundamente moral del pensamiento de nuestros autores no será hoy bien recibido, pero quien quiera pensar después de Auschwitz no puede dejar de pensar que cualquier utopía es vana si no recoge a aquellos a los que la historia ha machacado.



** Allá por 1973 mi hermano mayor, que cursaba sexto de bachillerato, tenía su cuarto repleto de libros e incluso colgaban de sus anaqueles papelitos con frases de autores; recuerdo especialmente una: “Por una literatura participativa”, frase que a mí me parecía todo un enigma, pues la única participación que yo concebía era la lectura; claro que mi hermano andaba entonces con Julio Cortázar y su Rayuela o El libro de Manuel, que yo sólo leería mucho después. El primero de los libros mi hermano lo vivió como un acontecimiento -que,de hecho, fue-, aunque yo sólo me enteraría años más tarde que el procedimiento de hacer posibles varias lecturas según el orden de los capítulos se remonta al menos que a Enrique Jardiel Poncela, La tournée de Dios, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, un libro divertidísimo, aunque se alarga innecesariamente. A mi hermano le debo la devoción que siento por los autores rusos y, en general, por los libros. Siempre que nos vemos procuramos quedarnos sin compañía en la biblioteca para cosechar algunos libros; vamos, que nos hemos robado libros mutuamente, aunque en la actualidad el es el único mangante, eso sí, consentido (léase junto o separado, porque sabe lo que coge); confieso que eso de robar libros a los amigos siempre me ha parecido una actividad reconfortante.

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